Vanessa Van Camp
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De bebé literalmente me llevaron a España en la maleta. Mi padre era de los que prefieren conducir antes que volar y como en aquellos tiempos aún no existían los actuales asientos infantiles ultra equipados, me colocaron sobre los asientos traseros, en una colchoneta dentro de una maleta de madera. Puede que hoy se considere como maltrato y falta a los derechos del niño, pero yo dormía como una rosa durante las casi 24 horas del viaje hasta llegar al destino... Así, los tópicos del flamenco, las castañetas y el olé se convirtieron en parte de mi educación.
Como era lógico, por aquel entonces mis padres invertían más con entusiasmo que pleno conocimiento en varias partes del país, por lo que con el paso de los años mi experiencia se iría enriqueciendo con la mentalidad local, las costumbres y peculiaridades, y por otro lado se me brindaba la ocasión de estudiar los contrastes y las diferencias dentro de las distintas regiones.
En las vacaciones escolares tuve tiempo más que suficiente de forjar amistades tanto nuevas como recurrentes y de aprender el idioma, que perfeccionaba en la enseñanza nocturna.
Sin embargo, a mis 16 años los largos períodos de lluvia ya me provocaban mucha dificultad (y dolor) para subir escaleras, y esto, junto con mi ansia natural de los colores y la luz, provocó que desde muy pronto decidiese aventurarme hacia el sur sin esperar la jubilación...
Dicho de otra manera, con la carrera recién acabada y la experiencia de 4 generaciones en la construcción, dejé atrás la Bélgica gris con cierta melancolía pero también con firmeza.
Los primeros meses no fueron nada fáciles, ya que a pesar de los títulos obtenidos y los conocimientos académicos del idioma te esperan muchas sorpresas cuando quieres integrarte de verdad. Afortunadamente, en los más de 30 años que llevo en España he sabido encontrar mi camino gracias a un grupo sano de amigos y unos clientes que hacen sentirme completamente integrado y en casa, a pesar del tamaño y la diversidad del país. ¡VIVA ESPAÑA!
Yasmine Bernad
¡Mi relato empieza 2 generaciones atrás!
En 1920 mi abuelo español salió de su pueblo de Burriana, a 60 km de Valencia, camino a Bélgica y llegó a Amberes con la idea de explorar la ciudad y la posibilidad de importar naranjas desde Valencia. Amberes le encantó como ciudad, así que se quedó y abrió una bodega española, “Cafe Malaga”, donde vendía copas de vino y oporto del barril. La familia se convirtió en importadora de productos alimenticios españoles de las diferentes regiones de España, tanto de vinos del norte como de aceitunas y los mejores aceites de oliva de Andalucía. En 1949 mi abuela española abrió su tienda en el casco viejo de Amberes (Zirkstraat “El Valenciano”).
Mi padre español Victor Bernad es 100% español, pero nacido y criado en Bélgica, al igual que su hermana mayor y su hermano menor. Yo también trabajé duramente en la empresa familiar durante 10 años. Cuando los clientes entraban, todos los aromas y sabores les hacían sentirse en su país favorito de España, aunque fuese por unos breves momentos.
Soy el mayor de la 3ª generación, así que tengo sangre española y belga. Desde que nací, las vacaciones siempre las pasábamos en España, en el pueblo de mi abuelo y con la familia en Valencia.
Visité la Costa del Sol por primera vez en 1990. Tenía 27 años y fue amor a primera vista con Marbella: buen tiempo, llena de vida y actividades como los deportes, el golf y un paraíso de tenis. A escasas 2 horas en coche estaban las estaciones de ski de la Sierra Nevada, y luego volvíamos a menudo a jugar al golf.
En 1996, acompañado de mi pareja, salí para siempre hacia mi patria España. Me sentía como en casa y hoy ya son 22 años de nuestra vida que vivimos bajo el sol sureño. Marbella está en España, pero aún así hay un ambiente especial. ¿Por qué? Convivimos con más de 150 nacionalidades y todos nos sentimos a gusto en esta preciosa franja de costa. Mañana, mañana... Sí: después de 22 años todavía nos cuesta acostumbrarnos.
¡Hasta luego, en el club BBCCE!
Dagmar Marien
Siempre he sido un poco aventurero y en 1997 me encontré en Fuengirola, pensando en quedarme 6 meses, para luego seguir viajando. Pues resulta que no salió así: después de 19 años todavía no he hecho mis maletas.
Mi madre y sus antepasados venían de España y en su piel aún se notaban bien los rasgos españoles: cabello rizado moreno, color de la piel con tono de oliva, pasión y temperamento. La pasión y el temperamento se traspasaron durante una generación, todo lo demás se saltó una generación.
Aterricé en la Costa del Sol a mis 27 años, todavía muy ingenuo. Fuengirola aún no era moderna y limpia como hoy en día, y en Puerto Banús y en Marbella los ojos se salían de tantas cosas que admirar. Todos los días sol y fiesta. Después de mi lección “instructiva” en el mundillo del tiempo compartido y varios altibajos, a los 6 meses se me aproximó un agente inmobiliario y así acabé en el sector. Después de todos estos años en la costa, estoy bien informado de cómo funciona la burocracia española y a diario ayudo a gente para que se integre.
A lo largo de los años me ha tocado despedirme con dolor en el corazón de amigos que han vuelto, pero lo bonito de vivir aquí es que tengo amigos y conocidos de varios países y que uno puede saborear diferentes culturas sin necesidad de coger ningún avión.
Mi pasatiempo favorito siempre fue el baile, así que la salsa, el merengue y la bachata rápidamente formaban parte de mi vida. Y si hay alguna cosa con la que un belga se identifica, esa es una buena fiesta. Y de esas, aquí hay muchas.
Os veo pronto. ¡Hasta el próximo evento, amigos!
Egidia Ingels
En septiembre de 2002, amargado por el cielo gris de Bélgica, mi marido y yo, que son ambos miembros del Club de Leones de Bruselas Arc-En-Ciel, decidió que nos instale en España en una región famosa por sus 300 días del año el sol; a saber la Costa del Sol.
Hemos llegado a España, junto con dos de nuestros hijos, una nieta y un bisnieto.
El mar, las montañas, espacio, sol y el calor son parte de nuestro nuevo entorno. Aquí, en el corazón de Marbella, a 2.600 km de nuestro país plana, encontramos la paz que buscábamos, desde que salió de África ... Esto no quiere decir que ya no tenemos más una corazón de león.
En Marbella, encontramos un Club de Leones mixta, fundada en 1967, el más antiguo de la Costa del Sol.
Para su conocimiento, en 2008, mi marido Jean nos dejó, pero voy a seguir haciendo mi acción humanitaria para el Club de Leones y el Belgian Business & Community Club Spain.
En general, una visión de mi vida aquí en España.